LA SALUTOGÉNESIS

La reflexión de Antonosvky
(El Río de la Vida)

Los recursos generales de resistencia (rgdr) y el sentido de coherencia (soc)

Antonosvky y Cochrane: partiendo de una misma premisa dos modelos diferentes
(por Felipe Hernández) 

Salutogénesis ¿”integrativa”?
(por Felipe Hernández)

¿QUÉ ES LA SALUTOGÉNESIS?

Entre los años 60 y 70, el sociólogo e investigador Aaron Antonovsky (Brooklyn, 19 de diciembre de 1923) propuso el término Salutogénesis, cuyo significado es génesis de la salud. La Salutogénesis como modelo fue establecida en la Primera Conferencia Internacional sobre Promoción de la Salud, celebrada en Ottawa (Canadá) y se definió como el proceso que permite a las personas incrementar el control sobre su salud para mejorarla. Este modelo pro-salud se centra en los elementos o factores que ayudan a una persona a hacer frente al stress, problemas físicos y psicológicos e inclusive a la exposición de factores patógenos; a través de estas, las fuentes de auto-regeneración y el poder de auto-sanación, este modelo explica como las personas son capaces de mantener e incluso mejorar su salud en situaciones estresantes de la vida. Aunque Antonovsky no se vio afectado personalmente por el Holocausto, habló con los supervivientes de los campos de concentración nazis. Su estudio de factores que favorecen la supervivencia y la adaptación le llevó a formular el concepto de salutogénesis (a diferencia de la patogénesis que estudia las causas de la enfermedad).

Antonovsky pone el énfasis en que el individuo encuentre el origen de la salud y el bienestar en sí mismo. En el punto de partida él sostiene que el ser humano tiende por naturaleza al desequilibrio, la enfermedad y el sufrimiento perdiendo con el tiempo la capacidad de reordenarse de nuevo. Es decir, que la salud debe ser constantemente re-creada puesto que el caos y el estrés (cambio) forman parte de las condiciones naturales de la vida. La Salutogénesis rechaza una clasificación dicotómica de las personas como saludables o enfermas, reduce la importancia del origen etiológico de la enfermedad y de los antecedentes personales y familiares (aunque no los obvia) y se enfoca en la identificación de los factores que puedan actuar como mantenedores y promotores de la búsqueda del bienestar y la salud. En este sentido la medicina tradicional o convencional presenta al concepto de salud desprovisto de su capacidad salutogénica y alejada del potencial curativo del individuo, enfocando esfuerzos en materia de todo aquello capaz de enfermar al hombre, sea de origen viral, bacteriano, inmunológico o genético.
La Salutogénesis no es un modelo que aspire a sustituir el modelo patogénico, sino uno que lo complementa, dirigiendo la atención hacia las facetas generalmente descuidadas de autocuidado y autogestión de la salud que redundan en una mayor resiliencia o capacidad para afrontar los inevitables obstáculos, físicos y psicoemocionales, inherentes a la vida.
El modelo salutogénico plantea que las acciones en salud se enfocan hacia la conservación, el bienestar, el crecimiento y al envejecimiento saludable, en la cual se concibe a la salud con una visión positiva orientada a la promoción con énfasis en aquello que genera salud y se desvincula del enfoque patogénico reduccionista del modelo médico moderno, aun sin menospreciarlo. En definitiva desde ésta perspectiva, existen factores humanos que causan salud e identifica y describen los factores que causan la salud positiva y previene aquellos que causan la salud negativa que se manifiesta con la patogénesis.
Cinco características clave ayudan a comprender que el modelo Salutogénico es uno modelo de enfoque positivo de la salud:

1º. Rechazo del reduccionismo en el cual se enfatiza la importancia de cada nivel físico, psicológico y social y multicausal de los problemas relacionados con la salud.
2º. Evitar el dualismo cuerpo-mente y mantener las interconexiones entre los distintos niveles del individuo, así como con el contexto próximo, familiar y social, como aspectos que interactúan con nuestro bienestar.
3º. Inclusión del concepto de autorregulación y auto-sanación, donde cada sistema se orienta hacia el alcance del equilibrio funcional, donde el individuo tiene en esto un papel activo, siendo el protagonista en la búsqueda de los factores positivos.
4º. Salud y enfermedad pertenecen a un mismo proceso, son parte del flujo o “río” de la vida (“corrientes calmadas o corrientes bravas”) y el grado de preparación de cada uno condicionará la experiencia de este tránsito, por lo que la prevención y promoción de la salud se conviertes en activos vitales.
5º. Se concibe la salud, y su promoción, como un aspecto social, comprendiendo que la gestión óptima de los problemas de salud pasa por la participación solidaria de la comunidad, siendo cada individuo un activo de un modelo salutogénico mayor, un modelo social que cree el contexto idóneo de resiliencia.

LA REFLEXIÓN DE ANTONOSVKY

Antonosvky formuló tres preguntas como cimiento para construir su modelo de salud: ¿Por qué las personas se mantenían saludables a pesar de estar expuestas a tantas influencias perjudiciales?; ¿Cómo se lograron recuperar de las enfermedades? y ¿Qué tenían de especial las personas que no se enfermaron a pesar de la tensión extrema?. Preguntas que fueron utilizadas como el punto central de partida en todas sus investigaciones de salud. Antonovsky planteó la salud como un proceso continuo entre “ease” (bienestar) y “diese” (enfermedad) a diferencia de una dicotomía salud-enfermedad; debido a que no existe absolutismos en el bienestar salud y en el malestar enfermedad, es decir, que no es posible que un persona logre ninguno de los extremos; la salud perfecta o el estado completo de enfermedad. Toda persona tiene alguna parte insalubre, a pesar de que pueda percibirse a sí misma como saludable, y aún en los casos terminales, mientras haya un soplo de vida, en alguna medida, algunos componentes de la persona se encuentran saludables. De esta forma, el énfasis no debe hacerse en el hecho de que una persona está sana o enferma, sino en qué lugar del proceso se coloca entre la salud perfecta y el completo estado de enfermedad.

Los factores estresantes son omnipresentes, sin embargo, muchas personas, incluso con una alta carga de estrés, no se enferman, a menos que los factores de estrés destruyan directamente al organismo. Es el misterio que la orientación salutogénica busca desentrañar.

EL “RIO DE LA VIDA”

Antonosvky desarrolló una metáfora basada en un río o “Río de la Vida”. Desde el punto de vista patogénico, el río embravecido simboliza la enfermedad, y las personas que están en él deben ser salvadas, sin cuestionarse el por qué están ahí y por qué no saben nadar. Desde la perspectiva salutogénica, el río representaría la vida en sí; un río que da lugar a arroyos con aguas tranquilas o bien a peligrosas corrientes y remolinos. Así, Antonovsky se pregunta cuáles serán las condiciones que determinan que una persona tenga la habilidad de nadar bien, independientemente de la zona del río donde esté. Por lo tanto, el objetivo no se centraría en salvar a las personas, sino en conseguir que naden bien, para no ser arrastrados por dicha corriente. La caída en cascada simboliza el modelo médico, representando la enfermedad y la muerte. En el modelo salutogénico, la dirección principal en el fluir del agua ocurre horizontalmente, las personas al nacer caen en el río y flotan con la corriente que simbolizan un estado de bienestar duradero, aunque el río esté lleno de riesgos. El resultado de la travesía se basa principalmente en la capacidad para identificar y utilizar los recursos necesarios, para mejorar las opciones de salud y en definitiva, la calidad de vida.

Es precisamente en este continuo de salud-enfermedad donde Antonovsky encuentra puntos comunes con la Teoría General de Sistemas (TGS). Concretamente, Antonovsky considera que la salud no es un estado de equilibrio pasivo, sino más bien un proceso inestable, de autorregulación activa y dinámica. El principio básico de la existencia humana no es el equilibrio y la salud, sino el desequilibrio, la enfermedad y el sufrimiento. Es decir, la desorganización y la tendencia hacia la entropía están omnipresente en el organismo humano, como en cualquier otro sistema (Antonovsky, 1993). En un sentido figurado, Antonovsky empleó el concepto de entropía (término prestado de la termodinámica) como una expresión de la tendencia ubicua de los organismos humanos a perder su estructura organizada, así como a la capacidad de reordenarse de nuevo. Aplicado al campo de la salud, esto significa que la salud debe ser constantemente re-creada y que, al mismo tiempo, la pérdida de la salud es un proceso natural y omnipresente, ya que el caos y el estrés, lejos de ser realidades objetivas, son experiencias percibidas, surgidas de demandas internas y/o externas, que forman parte de las condiciones naturales de la vida.

LOS RECURSOS GENERALES DE RESISTENCIA

Dos conceptos fundamentales de la teoría de Antonovsky son los Recursos Generales de Resistencia y el Sentido de Coherencia.

Los Recursos Generales de Resistencia (RGdR) son factores biológicos, materiales y psicosociales que hacen más fácil a las personas percibir su vida como coherente, estructurada y comprensible. Los típicos Recursos Generales de Resistencia son los recursos económicos, el conocimiento, la experiencia, la autoestima, los hábitos saludables, el compromiso, el apoyo social, el capital cultural, la inteligencia, las tradiciones y la visión de la vida. Si una persona tiene este tipo de recursos a su disposición, o los tiene accesibles en su entorno inmediato, tiene más oportunidades para hacer frente a los desafíos de la vida. Estos recursos ayudan a las personas a construir experiencias coherentes en la vida. Sin embargo, más allá de poseer estos recursos, lo importante es tener la capacidad para utilizarlos, es decir, poseer lo que Antonovsky llamó Sentido de Coherencia (Sense of Coherence, SOC en adelante), convirtiéndose dicho concepto en la clave de su teoría.

Según el autor, el SOC estaría compuesto por tres componentes clave: la comprensibilidad (componente cognitivo), la manejabilidad (componente conductual o instrumental) y la significancia (componente motivacional):

  • Comprensibilidad: es la dimensión cognitiva y que se centra en la comprensión de qué nos sucede en nuestras vidas y nos ayuda a explicarnos como nos afectan los acontecimientos.
  • Manejabilidad: es la componente que nos permite saber que disponemos de recursos (propios y externos) para satisfacer las demandas de dichos acontecimientos.
  • Significancia: es la dimensión motivacional que nos permite encontrar sentido y vivir estas demandas anteriores como retos dignos de invertirles esfuerzo y compromiso. Una dimensión que cada vez está tomando más protagonismo en el puesto de trabajo.

Un uso óptimo de los Recursos Generales de Resistencia da lugar a que las experiencias vitales se conviertan en promotoras de un nivel alto de SOC, una forma de percibir la vida y una capacidad para gestionar exitosamente el infinito número de complejos factores estresantes a los que hay que hacer frente a lo largo de la vida.

Lejos de las clásicas estrategias de afrontamiento, el SOC es flexible, no se construye en torno a un conjunto fijo de estrategias a dominar (Antonovsky, 1993). Es decir, se trataría de un “sexto sentido” útil para la supervivencia, ya que genera habilidades que promueven la salud.

Existen tres mecanismos mediante los cuales el SOC favorece el estado objetivo y percibido de salud física, mental y social:

1.-Los individuos con SOC elevado tienen menos riesgo de percibir situaciones desfavorables como estresantes, lo que los protege de efectos negativos del estrés sobre la salud.

2.- La percepción de controlabilidad el cual subyace a los componentes del SOC tiene efectos fisiológicos protectores. 

3.- Las personas con SOC alto tienen una mayor probabilidad de adoptar conductas saludables.

Por otra parte, se reconoce que los individuos con SOC elevado presentan un nivel de salud estable y mejor sistema inmunológico, porque ejerce una influencia directa sobre el cerebro, el sistema inmunológico y el sistema hormonal, desencadenando reacciones distintas en diferentes niveles, de manera que puede incidir en forma reguladora cuando presentan estados de estrés o como filtro directo en el procesamiento de la información.

El SOC planteado por Antonovsky como elemento principal de su teoría salutogénica, propone estrategias cognitivas, afectivas e instrumentales para mejorar la salud. Luego, los individuos con un alto SOC son menos propensos a percibir situaciones de estrés como una amenaza o ansiedad, dando lugar a un bienestar y mayor efecto positivo y a una mejor salud, ya que diversos estudios plantean que el bienestar y el sentido de coherencia son variables relacionadas con la salud.

REFERENCIAS

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ANTONOSVKY Y COCHRANE:
PARTIENDO DE UNA MISMA PREMISA DOS MODELOS DIFERENTES (Por Felipe Hernández)

Aaron Antonovsky nació en Estados Unidos en 1923 y sirvió en las tropas de este país durante la II Guerra Mundial. El Dr. Archibald L. Cochrane nació en 1909 en Galashiels (Escocia) y sirvió como médico voluntario durante la guerra civil española, y posteriormente como capitán del Royal Army Medical Corps, destinado a Creta, durante la II Guerra Mundial.

Antonovsky estudió a mujeres nacidas en Europa central entre 1914 y 1923, algunas de las cuales habían estado internadas en campos de concentración. Tal y como se esperaba, el grupo de supervivientes de los campos de concentración exhibía significativamente más signos de enfermedad en comparación con las mujeres del grupo control. Sin embargo, hasta el 29% de las antiguas prisioneras alegaron tener una relativamente buena salud mental, a pesar de sus experiencias traumáticas. Antonovsky se preguntó cómo estas mujeres lograron mantenerse saludables a pesar de la extrema presión que se ejerció sobre ellas. Al formular la pregunta en positivo, este cambio de perspectiva influyó en todas sus investigaciones posteriores.

Cochrane fue internado, junto con cinco mil camaradas y otros quince mil prisioneros de otras procedencias, en un campo de prisioneros en Salónica, donde pudo comprobar con sus propios ojos el efecto sobre el sistema inmune del trato inhumano al que eran sometidos por los soldados alemanes. Unas de las razones básicas de la proliferación de las enfermedades víricas y bacterianas era que, los más afortunados, solo ingerían unas 600 calorías diarias. Cochrane pasó muchas noches en vela visitando a los prisioneros con difteria y tifus. En vista de que había aprendido que estas enfermedades trascurren en delirio, coma y muerte, sin tener recursos farmacológicos a su alcance, solo esperaba que el trágico desenlace se cobrara en pocas semanas cientos de muertos. Cuál fue su sorpresa al observar que muchos de ellos sobrevivían en las peores condiciones a pesar de no poder recibir tratamiento médico. Afirmó: “Comprendí con claridad la relativa insignificancia de las terapias en comparación con las fuerzas propias del organismo humano”.

Antonovsky, en sus investigaciones, se planteaba como premisa las tres preguntas antes indicadas, y que le permitirían construir su teoría: ¿Por qué las personas se mantenían saludables a pesar de estar expuestas a tantas influencias perjudiciales?, ¿Cómo se las arreglan para recuperarse de enfermedades? y ¿Qué tienen de especial las personas que no enferman a pesar de la tensión más extrema?

Cochrane fue trasladado al terminar la guerra, junto con otros exprisioneros, a una pequeña ciudad donde pudo comprobar que la labor médica, propiamente dicha, seguía en segundo plano, eclipsada por una labor humana, con escasos recursos, pero gran voluntad (“Curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre” ese era el lema de los médicos de las primeras décadas del siglo XX). Posteriormente fue asignado a vigilar a los enfermos de tuberculosis. La medicina “oficial” decía que era una enfermedad infecciosa contagiosa a través del aire (toses o estornudos). Sin embargo, existían claras diferencias dependiendo de otros factores no puramente médicos, como ciertos cuidados humanos y la alimentación recibida. Con estas observaciones decidió realizar un auténtico estudio epidemiológico, con la ventaja de que le permitieron radiografiar los casos sospechosos. Desde entonces, Cochrane se fijo un objetivo: los métodos médicos sólo se utilizarían cuando se contase con la EVIDENCIA segura de su validez. Todos sus esfuerzos, en este sentido, lo convirtieron en el padre de la llamada Medicina Basada en la Evidencia (MBE), y a su fallecimiento, en 1988, dejó implantada una idea que si se aplica con rigor debería mejorar la medicina en muy diversos ámbitos. Desde entonces, la Cochrane Collaboration, una red descentralizada de médicos, bioestadísticos y otros investigadores, tiene como loable objetivo analizar todos los actos médicos para averiguar si hay evidencias científicas de su utilidad.

Poco antes de su muerte, en 1994, Antonovsky vio cómo se divulgaba de forma oficial su enfoque de la salud, siendo utilizado, especialmente, en la evaluación de individuos con enfermedades crónicas y pertenecientes a grupos vulnerables como ancianos, adolescentes, mujeres embarazadas, niños y trabajadores de diferentes áreas.

Debo reconocer que ambos personajes merecen nuestro reconocimiento, y su legado, visto su enfoque holista y multifactorial de la salud, inicialmente nada reduccionista, atraen la atención de todos aquellos que somos fervientes defensores del paradigma de la búsqueda de la salud en el sentido pleno de la palabra, abarcando tanto el ámbito físico, como el psicoemocional, el social e, incluso, el espiritual. No obstante, dos “molestas espinas” reconozco que permanecen clavadas en dicho agradecimiento, el mío, al menos: por un lado, el modelo salutogénico no ha recibido el reconocimiento ni social, ni institucional, y mucho menos médico, que se merece, a pesar de que está fuertemente enraizado en toda estrategia preventiva de la salud y en todas las herramientas que aportan utilidad a la hora de afrontar los retos de un “río de la vida siempre sometido a corrientes cambiantes”. Por otro lado, la MBE (Medicina Basada en la Evidencia) se ha convertido más en un eslogan del que presumir por parte de la medicina institucionalizada, que en un modelo de análisis objetivo y cuidadoso, libre de interferencias que inclinen la balanza de lo eficaz o no eficaz en función de intereses espurios (Ver los apartados: “Medicina Basada en la Evidencia (MBE) y Pseudoterapias”: Una reflexión necesaria y El modelo científico: ¿siempre científico?).

SALUTOGÉNESIS INTEGRATIVA

Hace miles de años los chinos pagaban a su médico para estar sanos, y dejaban de pagar si enfermaban. Ese modelo “era salutogénico”, aunque tal denominación llegara varios milenios después. Efectivamente, la idea que subyace es la de aportar estrategias que fortalezcan la salud como la mejor prevención. Usando una vieja analogía, “es más sabio enseñar a pescar a alguien que aportarle un pescado cuando tiene hambre”. El paradigma patogénico actúa sobre un hecho concreto, en un momento concreto, ante una necesidad establecida (“hambre = pescado” o “enfermedad = tratamiento), mientras que el modelo salutogénico no se centra en una necesidad puntual, sino en estimular el interés (“por aprender a pescar”) y enseñar las herramientas adecuadas (“manejo de la caña, correcto uso de los cebos…”) para poder hacer frente a futuras necesidades, que aparecerán (“hambre” = pérdida del equilibrio de la salud).

Desde hace más de 30 años trabajo con este modelo, aun cuando desconocía el uso del término. No tiene ningún mérito por mi parte, ya que es el simple y lógico resultado de haberme formado en un modelo de salud higienista, integral e integrativo, que no “lonchea” al ser humano por especialidades, sino que lo contempla en todo su contexto: fisiológico, metabólico, psico-emocional, psico-social, intelectual, comportamental, espiritual…. Debo reconocer que mi visión holista* de la salud, aunque lo fue desde temprano, era una visión holista centrada en la interrelación fisiológica y metabólica, es decir, aplicada estrictamente a factores de la biología humana y su implicación en la salud y la enfermedad. Dicho de otro modo, podemos ser holistas “parcialmente” aplicándolo a un ámbito concreto. Sin embargo, con el paso de los años me tope con la innegable evidencia de que la interrelación en este “río de la vida”, que diría Antonovsky, no solo era entre órganos y sistemas, sino que era también entre éstos y otras “realidades del ser humano”, como las psicoemocionales, entre otras.

No es posible abstraernos, al contemplar a alguien que ha perdido una buena medida de su salud, de todos los factores que pueden haber influido en dicha pérdida, y si nos circunscribimos a un solo ámbito (el psicólogo al psicológico, el médico al patológico, el osteópata al estructural, el nutricionista al alimentario, etc) estaremos realizando un trabajo parcial, aun siendo de alta calidad visto desde ese único ángulo, pero parcial. Las “curaciones” que he observado en todos estos años, que pudieran llamarse “milagrosas”, siempre lo fueron en personas que establecieron un “cambio en el modo de vida”, no buscaron “un tratamiento” concreto, sino que des-andaron una buena parte del camino que les había llevado a esa pérdida de salud y establecieron un planteamiento global para el cambio, con intervenciones dietéticas, psicológicas, sociales, incluso laborales. En ocasiones aceptando tratamientos puramente convencionales, en otras ocasiones rechazándolos, pero siempre tomando “las riendas de su salud”, buscando formas de auto-curación. También es cierto que antes o después llega el momento de aceptar que “el río de la vida” llega a su fin, pero aun este proceso, se puede enfocar de una manera salutogénica, centrando la atención en esa medida de salud física aun disponible o, porque no decirlo, aun cuando falla casi completamente la física, centrar la atención en la fortaleza de la salud espiritual, esa “que no depende de lo deteriorada que esté la carcasa”. He visto a muchas personas enfrentarse a su final y, de muchas de ellas, he aprendido grandes lecciones de entereza y fortaleza de espíritu.

¿Por qué apostillar el modelo salutogénico como “integrativo”?. Realmente parece una reminiscencia, dado que el modelo salutogénico siempre debería ser integrativo, es decir, que integre y acepte dentro de dicho modelo como Recursos Generales de Resistencia (GRRs) todo lo que fomente la salud. Ciertamente. No obstante, dado que EVSI (Escuela Virtual de Salutogénesis Integrativa) tiene una vinculación muy estrecha con el modelo de la Medicina Integrativa*, y muchos de nuestros alumnos son profesionales que comparten esta visión con nosotros, hemos querido enfatizar doblemente la idea de la INTEGRACIÓN, muy lejana de las ideologías o estrategias reduccionistas y cartesianas. No infravaloramos el modelo de la alta especialidad médica, que tantas satisfacciones ha aportado a la medicina moderna, pero tampoco obviamos que es en su virtud donde se encuentra su debilidad: esa alta especialización ha dado lugar a una pérdida frecuente del estudio y observación de la interrelación entre órganos y sistemas, y más aún, como ya he expresado reiteradamente, la pérdida del vital conocimiento de la salud cuerpo-mente-espíritu.

*Holista (de Holismo). El holismo (del griego ὅλος [hólos]: «todo», «por entero», «totalidad») es una posición metodológica y epistemológica que postula cómo los sistemas (ya sean físicos, biológicos, sociales, económicos, mentales, lingüísticos, etc.) y sus propiedades deben ser analizados en su conjunto y no solo a través de las partes que los componen. Pero aún consideradas estas separadamente, analiza y observa el sistema como un todo integrado y global que en definitiva determina cómo se comportan las partes, mientras que un mero análisis de éstas no puede explicar por completo el funcionamiento del «todo». El holismo considera que el «todo» es un sistema más complejo que una simple suma de sus elementos constituyentes o, en otras palabras, que su naturaleza como ente no es derivable de sus elementos constituyentes. El holismo defiende el sinergismo entre las partes y no la individualidad de cada una.

*Medicina Integrativa. El modelo de Medicina Integrativa no solo considera la perspectiva holística (de holista) de los componentes fisiológicos del individuo, también incluye los aspectos psicológicos y mente-cuerpo. Es aquella que busca una acción conjunta e integrada de toda terapia que demuestre interés clínico y cuente con respaldo científico o empírico. No rechaza el modelo patogénico o germinal, sino que lo integra, pero va más allá, comprendiendo que las implicaciones de la salud y la enfermedad requieren de un enfoque de la persona, como individuo, con todas sus características e influencias tridimensionales: cuerpo-mente-espíritu.